martes, 11 de octubre de 2011

ANGELES CUSTODIOS (2/2)

El hombre tiene tras sí la inmemorial costumbre de una gran serie de existencias en las que no ha usado las facultades del astral, y así esas facultades, gradual y tardíamente, han desarrollado en él una costra, algo como un polluelo que vegeta en un huevo. 

Esa cáscara está compuesta de grandes masas de pensamientos egoístas, en los que de ordinario cae el hombre irremisiblemente. Todos aquellos que de un modo principal han llamado la atención de su mente durante la mayor parte de la vigilia, le continúan usualmente cuando cae dormido, y queda rodeado así de una valla hecha por él, por la que prácticamente nada conocerá de lo que pulula en lo exterior.

¿Podrá estar despierto?, se preguntará. Sí; lo que puede ocurrir en cuatro diferentes casos.
Primero: en el más remoto futuro, la lenta, pero segura, evolución del hombre disipará indudablemente de un modo gradual esa cortina de niebla. Segundo: el hombre mismo, conociendo las causas del hecho, puede por un firme y persistente esfuerzo despejar el camino de su íntima obscuridad y por grados vencer la inercia resultante de las edades inactivas. Puede resolverse antes de dormir a intentarlo cuando deje su cuerpo, despertar y ver algo. Esto es sencillamente una precipitación del proceso natural, y no habrá peligro si tal hombre ha desarrollado de un modo previo su razón y sus cualidades morales. Si éstos faltasen, podrá muy tristemente apenarse, pues corre el doble peligro de perder los poderes que ha adquirido y de morirse de pánico a la presencia de fuerzas que ni puede comprender ni detener. Tercero: en ocasiones, ha ocurrido por algún accidente o por el empleo de ilegítimas ceremonias mágicas, que el velo no ha podido cerrarse de nuevo. En tal caso el hombre ha quedado en esa terrible condición tan admirablemente descrita por M me. Blavatsky en su cuento Una vida encantada (3), o por lord Lytton en su magnífica novela Zanoni. Cuarto: algún amigo de los que conocen perfectamente al hombre y que le creen capaz de resistir los peligros del plano astral y de hacer desinteresada mente el bien, puede hacer caer aquella cáscara y gradualmente despertarle a tan altas posibilidades.
Pero no hará tal a menos de creerle absolutamente seguro, con ánimo, con devoción y en posesión de las cualidades necesarias para obrar bien. Si en todos esos particulares ha sido juzgado favorablemente. será invitado y ya podrá unirse a la hueste de protectores.
Por lo que se refiere a la obra que hacen semejantes protectores, he ofrecido muchísimos ejemplos de ella en la obrita que he escrito bajo el título de Protectores invisibles; no repetiré, pues aquellos casos ahora, pero sí indicaré principalmente las diversas suertes de obras que efectúan de un modo más principal. Es natural que haya una gran variedad de géneros y que muchísimas de ellas no se efectúan físicamente; sin embargo podemos referirlas a dos clases: actuaciones en los vivos y actuaciones
en los muertos

El proporcionar cohonorte y consuelo en la tristeza o en la enfermedad a un sujeto, es comparativamente una tarea facilísima para ellos, y uno puede estar así constantemente auxiliado sin saber por quien. Es lo que les pasa, con frecuencia, a las personas que experimentan una gran perplejidad y que a la noche se acuestan preocupadas con algún problema insoluble; en tal caso muchas veces pueden obtener una solución, o más bien ser ayudados por una decisión adecuada . Esto jamás se efectuará sugestionando o influyendo la mente de nadie; y no debemos pensar que el protector sea una especie de mesmerizador. Es muy fácil, también, que alguien imagine que el protector influye por un designio o un propósito deseado por él; pero eso sería violar uno de los más estrictos preceptos de su obra. Este caso puede presentársele al hombre que duda; pero aceptada esta opinión arguye a favor de lo contrario, pues aquél no deberá ejercer su poder aunque el hombre lo consienta hasta que se asegure que puede haber un desastre si su consejo no es aceptado. Pero hay muchísimos indagadores ardorosos que ansían realmente la luz, y el proporcionársela, como el disponerlos para que la produzcan, es uno de los más grandes placeres del protector. Las sugestiones pueden hacerlas, y constantemente las hace a escritores, predicadores, poetas, artistas, así para los asuntos
que escogen, como para la manera de tratarlos, y desde luego sin ningún conocimiento de parte del recipiente o recipiendario de la fuente de su inspiración. Además, piensa ser así un perfecto compañero dando tales nuevas y originales ideas, pero a lo que no da importancia, pues ningún protector desea acreditarse por lo que hace. Si poseyese tal sentimiento de autoglorificación, inmediatamente quedaría excluido del rango de protector. Muchos en muchas ocasiones tienen como un protector a su lado, a un
predicador o a un escritor, y pueden tras su inclinación ampliar y más liberalmente ver un asunto que él previamente ha visto; y aunque a veces es imposible alcanzar este favor, con todo en muchos casos se logra algo de ello del plano físico.
Cuando saben también que ha de ocurrir en un tiempo un particular trastorno a un amigo, esfuérzanse en defenderle y le prestan fuerza y confortan.
En las grandes catástrofes, también con muchísima frecuencia, se hace mucho por aquellos cuyo trabajo no reconoce el mundo exterior. A veces permiten que una o dos personas se salven; y así ocurre que con motivo de una temible y espantosa destrucción oímos que alguien ha escapado de ella, estimándolo como un milagro.
Pero esto acontece sólo cuando entre los que están en peligro hay uno que no debe morir en el trance, uno que debe a la ley Divina lo que no ha de pagarse en esa forma. En la gran mayoría de los casos, todo aquel que puede, hace algún esfuerzo para comunicar fuerza y ánimo frente al acaecimiento, y entonces después de llamar las almas así que llegan al plano astral, son acogidos y asistidos luego.
Esto nos lleva a considerar una de las partes más grandes e interesantes de nuestro trabajo: la protección de los muertos. Pero antes que tratemos de ella, hemos de destruir las ideas erróneas y ordinariamente equívocas que hay acerca de la muerte y de la condición de los muertos. Los muertos no están muy lejos de nosotros, no han cambiado entera y repentinamente, y no se han trocado en ángeles o en demonios. Son justamente seres humanos, exactamente como lo fueron antes, ni mejores ni peores, y están aun más cerca de nosotros que en otro tiempo, siendo sensibles a nuestros sentimientos ya nuestros pensamientos. Hemos de procurar libertarnos de esa antigua y extraña ilusión por la que un muerto es algo sellado y que nada puede hacerse por él. Hay enteramente -por extraño que parezca - cientos de pueblos que realmente creen que pueden pensar y pedir por sus amigos mientras están en la vida; pero que en el momento que desaparecen, no sólo juzgan inútil, sino hasta malvado rogar por ellos y pensar en ellos cariñosamente. Parecerá increíble que un ser humano pueda mantener tan insana doctrina; pero es seguramente un hecho que aun hay en esta vigésima centuria quien se aferra a tan extraña superstición.


La verdad es exactamente lo contrario, pues precisamente cuando el hombre ha muerto, es cuando puede más fácilmente sentir y aprovecharse de los buenos y cariñosos pensamientos y oraciones de sus amigos. No tiene entonces el pesado cuerpo físico para exteriorizar su simpatía; pero vive en el cuerpo astral, que es el verdadero vehículo de la emoción, y así siente todo contacto e instantáneamente le contesta. Así es cómo irresistiblemente apénase el muerto cuanto se daña el egoísta. El muerto siente toda emoción que pasa por el corazón de sus amados, y si ellos se entregan desconsideradamente a la pena, lo que produce una correspondiente bruma de depresión sobre él, dificultan su estado que debían sus amigos haber comprendido mejor .
Hay también muchos auxilios que pueden suministrarse al muerto en diferentes respectos.
Primeramente, muchos de ellos, por no decir la mayor parte de los mismos, necesitan una explicación respecto del nuevo mundo en que se encuentran. Su religión debió haberles instruído sobre el caso y sus nuevas condiciones de vida; pero en la inmensa mayoría de los casos no se dice nada sobre el particular. Las horrendas falsedades extendidas tan industriosamente
Respecto al fuego eterno y otros horrores teológicos, hacen tanto perjuicio sobre el otro lado del sepulcro como sobre éste, y eso que, por supuesto, en este plano hay muchas vidas condenadas. Pues una vez más, aunque a una persona razonable le parezca increíble, hay pueblos que creen en ese grotesco y cruel absurdo.
Creen que a menos de ser sobrehumanamente buenos (y realizan lo contrario) están amenazados de un fuego futuro, y con frecuencia son también tan imposibles las condiciones de fe para alcanzar la “salvación”, que ninguno está seguro de haberlas llenado cumplidamente. Por esto ocurre que muchos de ellos se encuentran bajo una gran inquietud y que otros lo están, bajo un positivo terror. Necesitan ser auxiliados y confortados, pues cuando encuentran el terrible fantasma que ellos y sus antecesores
han engendrado tras los tiempos - ideas de un demonio personal y de una horrible y cruel deidad -, quedan reducidos a un lamentable estado de miedo, que no sólo es excesivamente terrible, sino muy malo para su evolución; lo que naturalmente cuesta mucho tiempo y trabajo al protector para ponerle en una comprensión más razonable.
Hay hombres a quienes esta entrada en una nueva vida parece que les da por primera vez una ocasión para verse a sí mismos como realmente son, y algunos de ellos se llenan entonces de remordimientos. Aquí otra vez los servicios del protector necesitan explicarse, pues lo que ha pasado ha pasado y el único efectivo arrepentimiento es resolverse a hacer nada más que esta cosa: que todo lo que ha podido hacer no se ha perdido para el alma; pero que debe empezar, desde luego, a buscarse a sí mismo y esforzarse en vivir la verdadera vida para lo futuro. Algunos de ellos se apegan apasionadamente a la tierra donde todos sus pensamientos e intereses se han fijado, y sufren mucho cuando la han perdido y suspiran por ella. Otros están aterrados por los pensamientos criminales que han cometido o por los deberes que han dejado incumplidos, mientras otros, a su vez, están acongojados por la situación de aquellos que han abandonado. Todos estos casos necesitan una explicación y a veces es también necesario para el protector guiar sus pasos sobre el plano físico con objeto de realizar los deseos del muerto, y así dejarle libre y franco el paso para más altos asuntos.
Los pueblos son muy inclinados a considerar la parte oscura del espiritualismo; pero no debemos olvidar nunca que han proporcionado una gran suma de bien en esta suerte de trabajo, dando a los muertos una oportuna intervención en sus negocios tras una súbita e inesperada partida.
Un hombre puede en ocasiones ser libertado de sus malas compañías, después de muerto, justamente como pudiera serlo durante su vida.


Hay hombres de todas clases, y los hay que, en vez de sentir remordimiento por sus malas acciones, se esfuerzan hasta en proseguirlas o continuarlas. El hombre que ha frecuentado los antros del vicio durante su vida, no es raro que continúe haciéndolo tras la pérdida de su cuerpo físico. Ahora bien: ciertas enseñanzas de toda suerte pueden suministrarse al muerto, que podrán ser de la mayor utilidad para él, no respecto de la vida que entonces vive, sino para el conjunto de sus existencias futuras. Sé cuanto resisten muchos a aceptar la realidad de la cosa, a comprender cómo los muertos están
cerca de nosotros, y cuan completamente el protector puede hablar y comunicar con ellos como si fueran físicos aún. Muchas gentes lo creen imposible y nos piden pruebas de ello. Yo no sé cómo podemos obtener pruebas si no estudiamos este asunto por nosotros mismos, examinando pacientemente la evidencia, y últimamente desenvolviendo en nosotros el poder de ver y oír todo esto por nosotros mismos.
Aquellos de nosotros para quienes todo esto es un asunto de la experimentación diaria, apenas procuran argüir sobre ello. Si un ciego viene hacia nosotros y principalmente trata de persuadirnos de que no es tal cosa como la vemos y que si lo creemos se lo mostremos, sufriremos bajo su in fortuna da alucinación siendo deferentes, pues no trataremos ansiosamente de perder el tiempo contendiendo con él. Nosotros diríamos: Lo he visto y mi experimentación diaria me lo ha mostrado; a otros hombres, creyentes o no creyentes, no les ha afectado el hecho. Yo pienso que el escéptico a veces olvida que no hacemos prosélitos, y que si él no puede creer, nadie sino él es el que pierde.
Es un hecho, pues, el que pueden directamente suministrarse enseñanzas a un muerto.
El no podrá adquirir detalles de su próxima vida terrestre; pero podrá, sin embargo, almacenar conocimiento en su alma, así que cuando esté próximo a presentársele sobre el plano físico, podrá enseguida comprenderlo, e instintivamente reconocer lo que es verdad. Otro punto es el de la disponibilidad del cuerpo astral por el deseo elemental. No tengo tiempo ahora para entrar en detalles de este proceso; pero es uno que reborda el progreso del hombre en los estados post-mortem, y el protector puede mostrarle cómo vencerá esas dificultades.
Seguramente es un feliz pensamiento el que el tiempo de más necesario reposo para el cuerpo, no es necesariamente un período de inactividad para el verdadero hombre interior. En un tiempo creí que el espacio concedido al sueño se malgastaba lastimosamente; pero ahora comprendo que la Naturaleza no hace un despilfarro en sus labores, como el perder un tercio de la vida del hombre. Desde luego, se requieren ciertas condiciones para esta obra; pero las he indicado ya tan cuidadosamente al final
de mi obra antes citada, que no necesito sino mencionarlas aquí: 1º  Se debe ser justísimo (one-pointed) y el trabajo de ayudar a los demás ha de ser el primero y principal deber de uno. 2º  Debemos tener sobre nosotros mismos un perfecto dominio; dominio sobre el temperamento y sobre los nervios. Nunca debemos guiarnos por las emociones, impidiendo que el trabajo se debilite gradualmente; sobrepongámonos al enojo y al miedo. 3º  Hemos de ser perfectamente serenos, tranquilos y complacientes. Los hombres sujetos a la desesperación y al cansancio son inútiles, pues una gran parte de su trabajo ha de ser cuidar y calmar a los demás, ¿y cómo podrían hacerlo los que
constantemente se hallasen en un mar de excitaciones o cansados? 4º  El hombre debe tener ciencia, ha de tener ya instrucción, aquí bajo, en este plano, de todo lo que puede sobre el otro, pues él no ha de esperar que los hombres pierdan un tiempo precioso en enseñarle lo que debe haber adquirido por sí mismo. 5º  Debe ser perfectamente desinteresado. Ha de estar por encima de los sentimientos disparatados y malsanos. No ha de pensar en sí propio, sino en el trabajo que hace; así es que deberá alegrarse
cumpliendo los más humildes deberes. sin arrogancia ni envidia. 6º  Le debe rebosar de amor el corazón. No será un sentimentalista, pero sentirá el intenso deseo de servir, de ser como el canal por el que el amor de Dios, como la paz de Este mismo, pase inteligentemente al hombre.
Se puede pensar que éste es un modelo imposible; pero por lo contrario es accesible a
cualquier hombre. Hará falta tiempo para ello; pero seguramente será un tiempo bien empleado. No nos separemos descorazonados, antes más bien pongámonos al trabajo ahora mismo, y esforcémonos en ser aptos para esta gloriosa empresa, y mientras la ejecutamos no debemos estar ociosos, sino esforzarnos en conducir una parte del trabajo a lo largo de sus líneas. Cada uno conoce algún caso de pena o de aflicción, sea entre vivos o entre muertos, no importa; si conocéis uno, pues, fijadlo en vuestra mente


cuando caigáis en el sueño y resolveos a ir hacia esa persona, cuando estéis libre de vuestro cuerpo, y empeñaos en confortarla. No podréis tener conciencia del resultado, no podréis recordar nada a la mañana siguiente, pero a buen seguro que vuestra resolución no será estéril, y que recordéis o no lo que habéis hecho, será muy cierto que habéis hecho algo. Algún día, más tarde o más temprano, se evidenciará que habéis obtenido un éxito. Recordad que así como ayudemos seremos ayudados; recordad que desde lo más bajo a lo más elevado estamos todos incluidos en una larga cadena de mutuos servicios, y que aunque estamos sobre el peldaño más bajo de la escala, llega desde esta tierra de niebla, a las regiones donde sempiternamente brilla la luz de Dios.

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