miércoles, 21 de septiembre de 2011

LAS MIL Y UNA NOCHES (1/1000)


QUE LAS LEYENDAS DE LOS ANTIGUOS SEAN UNA LECCIÓN PARA LOS MODERNOS, A FIN DE QUE EL HOMBRE APRENDA EN LOS SUCESOS QUE OCURREN A OTROS QUE NO SON ÉL. ENTONCES RESPETARÁ Y COMPARARÁ CON ATENCIÓN LAS PALABRAS DE LOS PUEBLOS PASADOS Y LO QUE A ÉL LE OCURRA, Y SE REPRIMIRÁ.

POR ESTO ¡GLORIA A QUIEN GUARDA A LOS RELATOS DE LOS PRIME¬ROS COMO LECCIÓN DEDICADA A LOS ÚLTIMOS!

HISTORIA DEL REY SCHAHRIAR Y DE SU HERMANO EL REY SCHAHZAMAN


Cuéntase -pero Alah es más sa­bio, mas prudente, más poderoso y más benéfico- que en lo que trans­currió en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes de Sassan, en las islas de la India y de la China. Era dueño de ejércitos y señor de auxi­lliares de servidores y de un séquito numeroso. Tenía dos hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El ma­yor reinó en los países, gobernó con justicia entre los hombres, y por eso le querían los habitantes del país y del reino. Llamábase el rey Schah­riar. Su hermano, llamado Schahza­man; era el rey de Samarcanda Al­-Ajam.
Siguiendo-las cosas el mismo cur­so, residieron cada uno en su país, y gobernaron con justicia a sus ovejas durante veinte años. Y llegaron am­bos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.
No dejaron de ser así, hasta que el mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces ordenó a su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: “Escucho y obedezco.”
Partió, pues, y llegó felizmente par la gracia de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la paz, le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su viaje era invitarle a visitar a su hermano. El rey Schahzaman con­testo: “Escucho y obedezco.” Dispu­so los preparativos de la partida, mandando sacar sus tiendas, sus ca­mellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y sus auxiliares. Nom­bró a su visir gobernador del reino y salió en demanda de las comarcas de su hermano.
Pero a media noche recordó una cosa que había olvidado; volvió a su palacio secretamente y se encaminó a los aposentos de su esposa a quien pensaba encontrar triste y llorando por su ausencia. Grande fue, pues, su sorpresa al hallarla departiendo con gran familiaridad con un negro, es­clavo entre los esclavos. Al ver tal desacato, el mundo se obscureció an­te sus ojos. Y se dijo: “Si ha sobreve­nido ésto cuando apenas acabo de dejar la ciudad. ¿Cuán sería la con­ducta de esta esposa si me ausen­tase algún tiempo para estar con mi hermano?” Desenvainó inmediata­mente el alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a salir, sin perder una hora ni un instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar la ciu­dad de su hermano.
Entonces éste se alegró de su pro­ximidad, salió a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó hasta los mayores límites del conten­to, mandó adornar en honor suyo la ciudad y se puso a hablarle lleno de efusión. Pero el rey Schahzaman recordaba la fragilidad de su esposa, y una nube de tristeza le velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado. Al verle de tal modo, el rey Schahriar creyó en su alma que aquello se de­bía a haberse alejado de su reino y de su país, lo dejaba estar sin pre­guntarle nada. Al fin, un día, le dijo: “Hermano, tu cuerpo enflaquece y su cara amarillea.” Y el otro respon­dió: “¡Ay, hermano, tengo en mi interior como una llaga en carne viva-!” Pero no le reveló lo que le había ocurrido con su esposa. El rey Schahriar le dijo: “Quisiera que me acompañase a cazar a pie y a caba­llo, pues así tal vez se esparciera tu espíritu.” El rey Schalizaman no qui­so aceptar y su hermano se fue solo a la cacería.
Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y habiéndose asomado a una de ellas el rey Schah­zaman, vio corno se abría una puerta secreta para dar salida a veinte escla­vas y veinte esclavos, entre los cua­les, avanzaba la mujer del rey Schah­ciar en todo el esplendor de su belle­za, y ocultándose para observar lo que hacían, pudo convencerse de que la misma desgracia de que él había sido víctima, la misma o ma­yor, cabía a su hermano el sultán.
Al ver aquello, pensó el hermano del rey: “¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra.” Inme­diatamente, dejando que se desvane­ciese su aflicción, se dijo: “¡En ver­dad, esto es más enorme que cuanto me ocurrió a mí!” Y desde aquel momento volvió a comer y beber cuanto pudo.
A todo esto, el rey, su hermano, volvió de su excursión y ambos se desearon la paz íntimamente. Luego el rey Schahriar observó que su her­mano el rey Schalizaman acababa de recobrar el buen color, pues su semblante había adquirido nueva vida, y advirtió también que comía con toda su alma después de haberse alimentada parcamente en las pri­meros días. Se asombró de ello, y dijo: -”Hermano, poco ha te veía amarillo de tez v ahora has recupe­rado los colores. Cuéntame qué te pasa.” El rey le dijo: “Te contaré la causa de mi anterior palidez, pero dispénsame de reterirte el motivo de haber recobrado los colores.” El rey replicó: “Para entendernos, relata primeramente la causa de tu pérdida de color y tu debilidad.” Y se expli­có de este modo: “Sabrás, hermano, que cuando enviaste tu visir para requerir mi presencia, hice mis pre­parativos de marcha, y salí de la ciu­dad. Pero después me acordé de la joya que te destinaba y que te di al llegar a tu palacio. Volví, pues, y encontré a mi mujer y a un esclavo negro departiendo con gran fami­liaridad. Los maté a los dos, y vi­ne hacia ti, muy atormentado por el recuerdo de tal aventura. Este fue el motivo de mi primera palidez y de mi enflaquecimiento. En cuan­to a la causa de haber recobrada mi buen color, dispénsame de mencio­narla.”
Cuando su hermano oyó estas pa­labras, le dijo: “Por Alah te conjuro a que me cuentes la causa de haber recobrado tus colores.” Entonces el rey Schalizaman le refirió cuanto ha­bía visto. Y el rey Schaliriar dijo: “Ante todo, es necesario que mis ojos vean semejante cosa.” Su her­mano le respondió: “Finge que vas de caza, pera escóndete en mis apo­sentos, y serás testigo del espectácu­lo: tus ojos lo comprobarán.”
Inmediatamente, el rey mandó que el pregonero divulgase la orden de -marcha. Los soldados salieron con sus tiendas fuera de la ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y dijo a sus jóvenes escla­vos: “¡Que nadie entre!” Luego se disfrazó, salió a hurtadillas y se diri­gió al palacio. Llegó a los aposentos de su hermano, y se asomó a la ven­tana que daba al jardín. Apenas ha­bía pasado una hora, cuando salieron las esclavas, rodeando a su señora, y tras ellas los esclavos. E hicieron cuanto había contado Schahzaman.
Cuando vio estas cosas el rey Schahriar, la razón se ausentó, de su cabeza, y dijo a su hermano: “Mar­chemos para saber cuál es nuestro destino en el camino de Alah, por­que nada de común debemos tener con la realeza hasta encontrar a al­guien que haya sufrido una aventura semejante a la nuestra. Si no, la muerte sería preferible a nuestra vida.” Su hermano le contestó lo que era apropiado, y ambos salieron por una puerta secreta del palacio. Y no cesaron de caminar día y noche, has­ta que por fin llegaron a un árbol, en medio de una solitaria pradera, junto al mar salado. En aquella pra­dera había un manantial de agua dulce. Bebieron de ella y se sentaron a descansar.
Apenas había transcurrido una hora del día, cuando el mar empezó a agitarse. De pronto brotó de él una negra columna de humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes, asusta­dos, se subieron a la cima del árbol, que era muy alto, y se pusieron a mirar lo que tal cosa pudiera ser. Y he aquí que la columna de humo se convirtió en un efrit de elevada estatura, poderoso de hombros y ro­busto de pecho. Llevaba un arca so­bre la cabeza. Puso el pie en el suelo, y se dirigió hacia el árbol y se sentó debajo de él. Levantó entonces la tapa del arca, sacó de ella una caja, la abrió, y apareció en seguida una encantadora joven, de espléndida hermosura, luminosa lo mismo que el sol, como dijo el poeta:



¡Antorcha en las tinieblas, ella apa­rece y es el día! ¡Ella aparece y con su luz se iluminan las auroras!
¡Los soles irradiar con su claridad y las lunas con las sonrisas de sus ojos! ¡Que los velos de su misterio se ras­guen, e inmediatamente las criaturas se prosternan encantadas a sus pies!
¡Y ante los dulces relámpagos de su mirada, el rocío de las lágrimas de pa­sion humedece todos los párpados!

Después que el efrit hubo contem­plado a. la hermosa joven, le dijo: “¡Oh soberana de las sederías! ¡Oh tú, a quien rapté el mismo día de tu boda! Quisiera dormir un poco.” Y el efrit colocó la cabeza en las rodi­llas de la joven y se durmió.
Entonces la joven levantó la cabe­za hacia la copa del árbol y vio ocul­tos en las ramas a los dos reyes. En seguida apartó de sus rodillas la ca­beza del efrit, la puso en el suelo, y les dijo por señas: “Bajad, y no tengáis miedo de este efrit.” Por señas, le respondieron: “¡Por Alah sobre ti! ¡Dispénsanos de lance tan peligroso!” Ella les dijo: “¡Por Alah sobre vosotros! Bajad en seguida si no queréis que avise al efrit; que os dará la peor muerte.” Entonces, asus­tados, bajaron hasta donde estaba ella, la joven los tomó de las manos, se internó con ellos en el bosque y les exigió algo que no pudieron ne­garle. Una vez estuvieron cumpli­dos sus deseos sacó del bolsillo un saquito y del saquito un collar com­puesto de quinientas setenta sor­tijas con sellos, y les pregunto “¿Sa­béis lo que es esto?” Ellos con­testaron: “No lo sabemos.” Entonces les explicó la joven: “Los dueños de estos anillos hicieron lo mismo que vosotros junto a los cuernos insen­sibles de este efrit. De suerte que me vais a dar vuestros anillos.” Lo hi­cieron así, sacándoselos de los dedos, y ella entonces les dijo: “Sabed que este efrit me robó la noche de mi bo­da; me encerró en esa caja, metió la caja en el arca, le echó siete can­dados y la arrastró al fondo del mar, allí donde se combaten las olas. Pero no sabía que cuando desea alguna co­sa una mujer no hay quien la ven­za.” Ya lo dijo el poeta:

¡Amigo: no te fíes de la mujer; ríete de sus promesas! ¡Su buen o mal hu­mor depende de sus caprichos!
¡Prodigan amor falso cuando la per­fidia-las llena y forma como la trama de sus vestidos!
¡Recuerda respetuosamente las pala­bras de Yusuf! ¡Y no olvides que Eblis hizo que expulsaran a Adán por causa de la mujer!
¡No te confíes, amigo! ¡Es inútil! ¡Mañana, en aquella que creas más se­gura, sucederá al amor puro una pasión loca!
Y no digas: “¡Si me enamoro, evita­ré las locuras de los enamorados!” ¡No lo digas! ¡Sería verdaderamente un prodigio único ver salir a un hombre sano y salvo de la seducción de las mujeres!

Los dos hermanos; al oír estas palabras, se maravillaron hasta mas no poder, y se dijeron uno a otro: “Si éste es un efrit, y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que a nosotros, esta aventu­ra debe consolarnos.” Inmediatamen­te se despidieron de la joven y re­gresaron cada uno a su ciudad.
En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio, mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y esclavas. Después persuadido de que no existía mujer alguna de cuya fi­delidad pudiese estar seguro, resol­vió desposarse cada noche con una y hacerla degollar apenas alborease el día, siguiente. Así estuvo haciendo durante tres años, y todo eran la­mentos y voces de horror. Los hom­bres huían con las hijas que les que­daban.
En esta situación, el rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese una joven. El visir, por más que buscó, no pudo encontrar nin­guna, y regresó muy triste a su casa, con el alma transida de miedo ante el furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura-, que poseían todos los encantos, todas las perfecciones y eran de una delica­deza exquisita. La mayor se llama­ba Schathrazada, y el nombre de la menor era Doniazada.
La mayor; Schaltrazada, había leí­do los libros, los anales, las leyendas de los reyes antiguos y las histo­rias de los pueblos pasados. Dicen que poseía también mil libros de cró­nicas referentes a los pueblos de las edades remotas, a los reyes de la an­tigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente v daba gusto oírla.
Al ver a su padre, le habló así: “Por qué te veo tan cambiado, so­portando un peso abrumador de pe­sadumbres y aflicciones?... Sabe, padre, que el poeta dice: “¡Oh tú, que te apenas, consuélate! Nada es duradero, toda alegría se desvanece y todo pesar se olvida.”
Cuando oyó estas palabras el visir; contó a su hija cuanto había ocurri­do desde el principio al fin, concer­niente al rey. Entonces le dijo Schah­razada: “Por Alah, padre, cásame con el rey, porque si no me mata seré la causa del rescate de las hijas de los musulmanes y podré salvar­las de entre las manos del rey.” En­tonces el visir contestó: “¡Por Alah sobre ti! No te expongas nunca a tal peligro.” Pero Schahrazada repu­so: “Es imprescindible que así lo haga.” Entonces le dijo su padre: “Cuidado no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el la­brador. Escucha su historia:

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